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Una noche más en este mundo extraño

Una vez estaba en una fiesta.

Creo que era el cumpleaños de la novia de la hermana de un compañero que tenía en el puesto de trabajo que ocupaba por entonces, el cual no recuerdo cual era. Tengo un currículum demasiado largo como para acordarme de todos los lugares horribles y de todas las personas plastas con las que he trabajado. El caso es que se me acercó un borracho con una camiseta que emulaba la parte delantera de un esmoquin, algo que me hizo mucha gracia y, por ese motivo, decidí que no le dejaría hablar a él sólo y trataría de seguir su conversación. Se me presentó como yo y yo me presenté por mi nombre.

Hasta ahí todo normal. Vale.

Ahora es cuando vais a no creerme, pero juro que fue así.

Empezó a explicarme porque lo dejó con su ex pareja, algo que no estuve ni estoy seguro de que como llego a nuestro tema de conversación, y cuando terminó la primera frase comprendí porque iba tan pasado, tan salido y, sobre todo, porque no llevaba los pantalones puestos.

–Ella era la madre de mi padrastro.

Los hábitos sexuales de cada uno deberían quedarse en el dormitorio, junto con el pijama y las cremas y los medicamentos que se usan para conciliar el sueño, pero hay cosas que por mucho que nos parezcan grotestas o surrealistas, por mucho que no queramos conocer todos lo detalles, en el fondo nos morimos de ganas de saber que lleva a una persona a acostarse con una mujer que le dobla o hasta triplica la edad. Digamos que algo de morbo nos da; solo algo. Muy pequeño.

Tras contarme como fue la ruptura (ella le dijo que estaba embarazada y él, asustado, comenzó a darle puñetazos en el estomago para causarle un aborto, pero solo logró matarla y, a causa de ello, llevaba 1 año ingresado en un centro psiquiátrico repitiendo sin parar: no quiero ser el padre de mi tío) me dijo que le habían dado un permiso de fin de semana y que se sentía mejor que nunca, ¡tanto!, gritó, ¡que voy a violaros a todas las que estáis hoy aquí!, y entonces se bajó los calzoncillos y empezó a perseguir a una chica pelirroja y con ojos color avellana que bebía algo con naranja, a nuestra izquierda. Ella, gritando y pidiendo auxilio, se dirigió a la cocina, donde a mi semidesnudo amigo le dio un puñetazo en plena cara un negro de casi dos metros que vestía una camiseta de Desigual y, tras patearle un chico blanco y rubio con media melena mientras otro que iba rapado al cero le meaba encima mientras se reía a carcajadas, le arrastraron hasta el descansillo del piso donde estábamos, un ático muy moderno situado en el centro de la ciudad, y lo abandonaron allí, a su suerte.

La fiesta siguió como si nada hubiese pasado, con una indiferencia hacia la realidad que me dejó sin habla.

Cuando abandoné la casa, 5 horas después y con la pelirroja que bebía algo con naranja colgando de mis hombros susurrándome que si vivía muy lejos, el chico seguía tumbado, sangrando y erecto en el descansillo. Me pareció que aún respiraba, así que no me preocupé.

Y ahora te pregunto: ¿de verdad quieres vivir en un mundo así?

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