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Las Sinopsis muertas de nuestra cultura

Llevo casi una hora dando vueltas por los pasillos de esta librería y siento que ya no puedo más. Que el agotamiento comienza a hacer mella en mi mente, en mi alma. En mis ganas de continuar con el paseo. Pero es que nadie me espera en ningún sitio. En realidad nadie sabe que estoy aquí y eso, si lo pienso bien, es casi como no existir.

Miro las portadas de los libros que las editoriales creen que triunfarán y, solo de los que realmente por el título o por el dibujo me llaman la atención, leo sus sinopsis. Este es el quinto que trata sobre un asesino que tiene que ser, y que será, cazado por un policía que ya lleva 3 novelas a sus espaldas, lo cual me garantiza que tendrá un final tan feliz como el de la puta Cenicienta. Lo dejo donde estaba porque no me interesan las historias que son refritos de otras, que son lo de siempre maquilladas con otro tipo de purpurina.

A veces creo que los que apuestan por estas novelan creen que somos todos gilipollas. Creo que llegan al nivel de los genios que dijeron que el Suchard con galleta no iba a triunfar y que, tras solo una oportunidad, despidieron a los que tuvieron el valor de arriesgarse porque, si te fijas bien, vuelven a vender solamente el original.

Ha llegado a un punto el mercado y las empresas, los que nos dan eso que nos debería alegrar o hacer más sencilla la vida, en que tiran a lo fácil y lo mil veces visto para así mantener sus márgenes de beneficios intactos, algo así como no pescar una nueva raza de pez por miedo a que no guste y seguir dedicándose a matar a los de la especie que hasta ese momento les ha hecho millonarios. No apostar por lo nuevo, por lo arriesgado, es lo que está matando a este mundo, a nosotros en realidad, porque si no salimos de lo establecido jamás podremos llegar a alcanzar nuevas metas ni a tener una mentalidad mejor.

Y esto es lo que estoy pensando mientras sigo caminando, en busca de algún libro cuyo tema y forma de escribir en los primeros 2 párrafos me enamore lo suficiente como para gastarme el dineral que dicen que debo gastarme para tenerlo. Mira, este vale 25 euros, y creo que 20 de ellos es por el grosor y la tapa dura que luce como una medalla al valor. El tema es absurdo rozando la vergüenza ajena, algo sobre unos tíos en una balsa que quieren llegar a algún lugar, no sé, creo que confían demasiado en el nombre del autor, un humorista de estos que han hecho dos buenos monólogos en su vida y que la gente comprará solo para poder decirles a los amigos que lo tiene en su poder, que es algo que junto al motivo de “mira que portada más bonita” es lo más penoso que creo que existe en el mundo editorial. Hay que estar muy desesperado y con pocas ganas de hacer bien tu trabajo como para que algunos editores apuesten sus ganancias al nombre de alguien que sale en la tele, a alguien que seguramente le habrán escrito la mitad del libro, por no decir todo.

Sigo mi ruta. Sigo caminando y pensando. Hay veces que si no hay ilusión o palabras que decir solo nos queda pensar.

Trato de buscar una buena manera de seguir con la novela que en estos momentos estoy escribiendo. Alguna forma genial de terminarla. Me he pasado la mañana delante del ordenador sin tener ninguna idea y, cansado del calor que hace en mi casa, he salido a dar un paseo que, como llevado por el destino, me ha traído aquí, al lugar que tantas alegrías me dio en el pasado pero que a veces no soporto por el simple hecho de no estar en sus paredes. Sé que quejarse no ayuda en nada en la vida de alguien que quiere ser escritor o pintor o deportista, porque hay trabajos, hay sueños, que solo se alcanzan trabajando duro y tratando de mejorar cada día, tratando de pulir esas imperfecciones propias de alguien que empieza a hacer algo por sí mismo y sin ganas de que los demás le digan qué camino tomar. Por eso no estoy ahora muy seguro de si ha sido el destino o las ganas de soltar toda esta rabia que me inunda últimamente, pero aquí estoy, insultando a gente a la que no le veo talento pero que han logrado lo que yo ansío. Que es ser publicado.

Algunos sé que están en estas estanterías por premios que, casi con total seguridad, injustamente han ganado, pues me apuesto el cuello a que la mayoría de estos galardones son más fruto del trabajo de los agentes y las editoriales que del auténtico valor literario o cultural que dichas obras puedan tener. Solo hay que verlos y después observar las noticias locales o extranjeras, porque ahí podrá verse como la política o el oportunismo es el auténtico empujón que hace que un nombre acabe bajo un diploma valorado en 150.000 euros. Eso y el trabajo que bajo las mesas de los despachos suelen llevarse a cabo. Trabajos que me gustaría recibir porque, si valen ese dinero, deben ser dignos de disfrutar por lo menos una vez en la vida.

Y sigo paseando y, a cada paso, estoy más seguro de como acabaré mi novela. Pensar y cabrearme por momentos me está ayudando mucho.

En realidad se escribe sola porque trata sobre mí y mi vida desde que logré escapar de prisión. Sé que se han escrito muchas historias al respecto, con muy buenas adaptaciones en el cine, pero la mía supera a muchas de ellas en el factor locura que la rodea y que le da ese acento que, tras años y años de leer, antes y durante mi cautiverio, no he encontrado nunca plasmado en el papel. Por eso me está jodiendo tanto quedarme estancado con la última página, esa en la que diré cual es el final de mi protagonista, o sea de mí, pero si lo pienso fríamente es fácil que me esté bloqueando porque al ser yo el eje principal, y al estar perdido cada día más, es lo normal. Pero encontré la solución; tengo que llevarme en la ficción hasta un lugar que de otro modo no seré capaz de alcanzar, porque si tengo que dejar que el mundo, y mi vida dentro de él, me digan como acaba todo, la novela va a acabar alcanzando las 1.000 páginas. Y 679 ya me parce un número más que respetable.

Así que tengo que poner al protagonista donde no voy a llegar jamás. Suena fácil en realidad, tanto que me echa atrás en parte porque no quiero que parezca que lo hice sin tener ni idea de lo que estaba haciendo, como suele pasarles a la mayoría de autores de novelas policiacas de hoy en día. No quiero que parezca que me he inventado una excusa, un familiar jodido o un fantasma del pasado solo porque se me acabaron las frases con profundidad o los argumentos razonables.

Y creo que he llegado a algo bueno. Creo que haré lo que se me ha ocurrido.

Salgo y la calle vuelve a escupirme un calor que me hace sudar más de lo que las ganas de escribir cuando llegue a casa está consiguiendo. Es uno de esos días de octubre que parecen de agosto y que me hacen pensar que nuestro planeta está a punto de morir, lo cual no me desagrada del todo. Más bien me hace sonreír. Pero no tengo que pensar en ello, solo en llegar a casa, en ponerme dentro de la historia en ese lugar que me ha inspirado todas esas historias iguales y sin sentido que cubren la cultura de este mundo y que le impide tener el valor de tocar el cielo.

La llave de mi puerta abre mejor que nunca, a la tercera, y el ordenador continua encendido. Mis dedos están nerviosos, con ganas de hacer ejercicio. Están listos.

Y empiezo la última página de mi cuarta novela.


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