Así, de buena mañana (relato/diario de un viaje entre la gente)
Creo que todo el mundo estará de acuerdo en que hay momentos del día en que hay, por decirlo de un modo tranquilo, putas mierdas que son intolerables; de esas que deberían castigarse con azotes mediante ortigas mutantes o con una ablación practicada con pirañas. Hay quien no comprende que hay lugares, hay situaciones, hay personas cercanas, en las que no se deben hacer según qué cosas, y no me estoy refiriendo a romper el libre albedrio que nos hace personas “libres”, sino a ese mínimo de educación que, fuera de las escuelas y de los libros, nuestros padres, o en su defecto los familiares que tengamos más cerca, deberían habernos inculcado como el arte de saber leer y escribir.
Es la falta de conocimiento de la situación en la que se deben hacer/decir algunas cosas lo que nos deja a la altura del animal más invertebrado y mentalmente discapacitado que exista en este nuestro tiempo. El cual, casi por derecho propio, suele ser el homo sapiens.
El lugar donde esta mañana he sido testigo de la fauna que gobierna la Tierra, y que explica el porqué de nuestra situación y nuestra falta de ambición con respecta a nuestro futuro, ha sido el tren. Sí…lo sé, es muy común, falto de atractivo narrativo y de eso que, por defecto, debería acompañar cualquier anécdota que se precie, pero creedme si os digo que, en esta ocasión, vais a leer hasta el final.
Los enumeraré y, tras hacerlo, les dará una breve descripción, no por falta de estilo a la hora de realizar este relato, sino porque estoy seguro de que si no lo hago así me perderé entre las ramas de la sin razón, esa en la que me ha lanzado la convivencia con mis iguales que me ha pegado a este teclado que ya, por mucho que lo intente, no voy a poder soltar hasta dentro de un par de minutos. O quizá 5.
Número 1: me parece bien que la gente quiera culturizarse, quiera aprender nuevas forma de hacer que su vida no sea aburrida o parecida a la de los demás, cosa que si te planteas aprender a tocar la guitarra o a hablar inglés ya te aviso que muy fuera del círculo de la normalidad no estás, pero en fin, pero una cosa es ponerte a ello y otra muy distinta hacerlo rodeado de personas a las que les importa un carajo tamaño culo de gitana tu vida. Y si encima le añadimos que lo que tratas de aprender es karate, y vas haciendo gestos extraños y ruidos imposibles sentado en un cubículo rodeado de cerca de 20 personas, digamos que no te mirarán diferente a si fueras un moro con una pesada mochila y que recita sin parar párrafos del Corán. Pero, ¡oye!, que solo estás quedando como un gilipollas, y quizá lo seas. Así que mucha suerte con eso.
Número 2: lo malo de que las familias viajen juntas son los decibelios que, sin querer, suelen regalarles al mundo con cada palabra que forme parte de sus conversaciones. Y eso, como parte de una familia que suele viajar mucho, sé que no es algo que deba llevarnos a odiarles hasta el punto de desearles una muerte lenta y dolorosa. El problema reside cuando los niños que forman la raíz del árbol genealógico se comportan como monos salvajes sin que ninguno de sus progenitores haga nada. Y nada significa NADA. Supongo que hay padres que creen que la mejor manera de que sus hijos crezcan sanos es dejándoles campar a sus anchas por el mundo, sin ningún tipo de control como si fueran motas de polvo; libres e infinitas. Pero no, progenitores que vivieron en casas con padres poco permisivos, eso no hace que los niños sean mejores, solo les hace creer que el mundo es su parque de atracciones particular, convirtiéndoles así en descerebrados sin conocimiento de lo duro que es el mundo real, llevándoles a una existencia cercana a la que tienen todos aquellos que creen que contar su vida en la tele o enseñar las tetas en una revista es un modo digno y orgulloso de ganarse el pan. Hay mucha gente que debería trabajar alguna vez en su vida para entender la existencia humana, y me refiero a madrugar y ganarte el dinero con algo que puedas contarle a tus padres, y no a lo que algunas putas de televisión entienden por conseguir lo que quieren, que no es de otra forma que agachándose y tragar la futura descendencia de alguien. O dejando que les impidan sentarse durante las siguientes 2 horas de cerrar un acuerdo.
Número 3: la 3ª edad tendría que tener, al igual que la tarjeta rosa que muchos alardean de tener, tienen una fecha de utilidad y una en la que debería ser apartada por el bien común y por la salud mental de la humanidad. Si ya es exasperante que utilicen la abertura de puertas como pistoletazo de salida para sus demenciales carreras en pro de una silla en la que descansar, no es menos preocupante la manía de tratar de conversar con cualquiera que tenga la mala suerte de estar en un radio de 30 centímetros de ellos. Eso y, por supuesto, el hecho de que no importa la cantidad de carteles o avisos sonoros o visuales que les pongas delante, nunca saben ni a dónde se dirige el tren, ni cuál es la siguiente parada, ni, algo que me preguntaron una vez y no supe el motivo, donde estaba la cabeza del tren. Supongo que el hecho de saber que sus días están contados y de que en breve acabaran siendo el menú de los gusanos, les hace tratar de conseguir que nadie olvide que han compartido segundos con ellos; pese a quien le pese.
En esta mañana, así hasta donde recuerdo o al menos hasta donde he deparado, estos han sido las tres situaciones que me ha tocado vivir, que he sufrido mientras trataba de leer entre efluvios rectales y olor a sobaco mal lavado. Debo añadir que, seguro, yo también he sido molesto para alguien, ¿qué seríamos si alguien no se cagara en nosotros, mínimo, 20 veces al día?, y por eso me veo con la obligación moral de plasmar aquí, ahora, estas líneas, porque, como ser que incomoda o que le hace a los demás la vida menos llevadera, creo que estoy en el derecho de lanzar el primer insulto y, después, decir:
¿Y tú?, ¿en los muertos de quién te cagas?