top of page

Y se abrió una puerta

El bar hoy está tan aburrido que casi estoy a punto de darle conversación al camarero. Pero me resisto; es un gilipollas. Además no soy de esas personas que para encontrarle sentido a la vida empieza una absurda conversación con algún desconocido del cual no recordarás su nombre al día siguiente. Lo veo como hacerse una paja y no terminarla: ¿para qué empezar entonces? Si quiero hablar con alguien, si de verdad quiero que sea un compañero ni que sea de 20 minutos o una noche de borrachera, quiero que lo sea de verdad, y por eso no voy a decirle ni tres palabras a este calvo de mierda, porque sé que no acabará bien. Como no lo hizo el jueves pasado.

Es un amargado, ¡peor!, un camarero amargado que amarga a sus clientes.

Debería pegarse un tiro y dejar de molestar… pero aún no, antes levanto la mano y le pido otra jarra de cerveza. Cuando me la traiga ya puede reventarse la cabeza si quiere. Hasta entonces lo quiero vivo.

La puerta de la calle suena anunciando un nuevo feligrés, y no hago ni el amago de girarme porque sé que no va a ser nadie interesante, porque este barrio es demasiado triste y está tan apartado de las zonas interesantes de la ciudad que una de tres: es un turista, un viejo que se ha peleado con su mujer y busca charla (y ya he dicho que opino de eso), o alguien que quiere vendernos algo. Los pasos, porque una cosa es que no quiera girarme y otra que no me quede más remedio que oír lo que hay a mi alrededor, suenan decididos, con esa seguridad que llevan las personas que tienen muy claro hacia dónde van y lo que van a hacer, y entonces pasa lo que no deseaba que ocurriera; se sienta a mi lado.

-¿Puedo sentarme aquí?

Por dentro le digo que es un gilipollas, porque siendo como somos solamente 3 borrachos en el bar, ya son ganas de querer tocarle los cojones a alguien sentándose a su lado, como los que encuentran un vagón del metro vacío y se sientan delante de ti. Habría que fusilarlos sin juicio, ahí mismo. Pero estoy lo suficientemente ebrio como para saber que ahora mismo iniciar una pelea no es algo recomendable, además por la voz parece joven, y seguro que me daría una paliza. Tengo solo 38 años, pero hace mucho que la agilidad la sacrifiqué por un bien mayor que, sinceramente, no recuerdo. Quizá esa era la idea.

Entonces le digo, al tiempo que me giro a mirarle.

-Claro… - y me quedo sin habla.

Ese color de ojos, ese pelo, esa sonrisa torcida y con labio viperino. Ese mentón partido por la mitad y esos hombros caídos. Hasta recuerdo la camiseta que lleva puesta.

-Pero… ¿cómo…?

-Mejor no preguntes. Solo disimula.

Él sabe que lo sé.

Le pide al camarero una cerveza sin alcohol y paga en cuanto se la da. El primer trago que da es tan largo como lo es mí vuelta a la sobriedad. Los sustos, como todo el mundo sabe, son la mejor medicina para quitarte de encima un mareo de borrachera, y verse a uno mismo con 20 años sentado a tu lado, es algo demasiado raro como para no sentir algo cercano a terror frio y puro.

-¿Quieres hacer el favor de cerrar la boca?, la idea es que disimulemos, no que todo el mundo crea que estoy rompiendo contigo. –el tono impertinente es exactamente el mismo que usaba en el instituto cuando le hablaba a los profesores. Y ese guiño que me regala al final, sarcástico y fanfarrón, también.

El bar y el mundo en el que está construido sigue girando, pero mi cabeza acaba de entrar en un punto muerto que no sé si tendrá escapatoria. Si podré levar ancla. Yo con 20 años termina su cerveza con el segundo trago, y dobla los brazos sobre la barra. Gira su cara y me mira directamente a los ojos. Es como mirarse en un espejo de feria.

-Bueno, viejo, ¿qué opinas?

-¿Cómo…? –una cosa es que el mareo se me hubiera pasado, y otra muy distinta que sepa decir algo con sentido. Si es que puede decirse algo con esas características en esta situación.

-Sé que estás flipando. Lo sé, créeme, porque yo sentí lo mismo en tu lugar. -¿en mi lugar? –Es difícil de comprender, pero en cuanto te tranquilices y me dejes hablar veras que todo tiene una explicación muy sencilla. ¿Me acompañas a fumar?

Le digo que sí, como hipnotizado, y aunque dejé de fumar hace 5 años, cosa que él no creo que sepa. Me enciendo el Camel que me ofrece sin titubear.

-¿Alguna vez has pensado si pertenecemos de verdad a este mundo?, ¿si estamos realmente donde nos toca estar? –me dedico a fumar, sin asentir ni decir nada. No sé qué más hacer. –Yo siempre he estado comiéndome la cabeza con este dilema. Es como mirar una estrella y preguntarte si existirá realmente, ¿sabes?, si lo que estás viendo es real o no es más que la luz que le regaló al universo cuando explotó hace miles de años. –nunca había pensado en nada igual. Nunca en mi vida. –Pues bien, viejo, al final he encontrado la respuesta, y no es otra que una negación rotunda y aplastante.

-¿Quién… eres? –es una pregunta estúpida, sobre todo porque sé que soy yo, pero el mareo está volviendo y quiero aclararme primero con lo sencillo antes de centrarme en lo que no tengo ni puta idea de lo que significa.

-Soy tú, viejo. Pero más joven, más inteligente, menos perdido en la vida; y de otra realidad, –en ese momento di una calada a mi cigarro, y fue tan larga como perdido me encontraba. –porque, ¿sabes qué?, hace unos años el nosotros de una realidad que ni siquiera voy a perder el tiempo de explicártela porque es demasiado opaca para ti, descubrió que somos los elegidos para destruir todo lo que hace infeliz al ser humano, y llevarlo por la luz hasta la libertad auténtica.

-Quieres decir que… ¿somos especiales?

-Sí, viejo. Nosotros, tras muchos viajes hemos descubierto que nuestra personalidad, en todas las realidades conocidas, es la que más capacitada está para lograrlo, para ser el líder. Y, desde entonces, estamos yendo de un mundo a otro reuniéndonos y planeado el mejor modo de hacer que la Solución llegue a buen puerto. Y, el siguiente de la lista para reclutar, eres tú, viejo.

Una mezcla de miedo y orgullo recorre mis venas a una velocidad que no sé explicar, y me tiemblan las piernas al imaginarme la cantidad de conocimiento que estoy a punto de tener. La cantidad de secretos y de aventuras.

-Entonces, ahora que ya me habéis encontrado, ¿a dónde vamos? –el ansia aparece y se mezcla con el orgullo y el miedo anteriores.

-Por aquí, viejo. Vamos por aquí. –y señala detrás de él, en dirección a un callejón.

Tiro la colilla, imitándole, y le sigo con pasos menos firmes que los suyos pero decididos, sabiendo que mi vida no va a seguir siendo este agujero sin trabajo ni familia, con una novia que me hace la vida imposible y unos amigos que solo se acuerdan de mi cuando quieren un favor. Lejos de este mundo, de esta vida que me ha tocado aguantar, hay más yos que han triunfado y que, después de mucho estudio, han llegado a la conclusión de que somos lo único que separa a la raza humana de la paz.

Gira una esquina, y al seguirle sonrío sabiendo que nada volverá a ser igual después de esta curva.

Y entonces un dolor. Y me fallan las piernas, y caigo al suelo.

-Bueno, viejo. Lo siento pero tu camino acaba aquí.

-No... entiendo…

Aún de rodillas, con las manos en mi vientre, que no deja de sangrar, miro hacia adelante donde solo veo sombras y oscuridad; un preámbulo de lo que me espera, me digo. Una silueta apagada y lenta se agacha delante de mi cara y me coge la nuca con una mano firme y poco delicada.

-De veras que esto no lo hacemos, no nos interesa perder nuevos yos, pero después de mucha deliberación acabamos llegando a la conclusión de que no eres más que un estorbo, y ya que nuestro fin es salvar la existencia, tenemos que acabar primero con las únicas piedras que pueden hacernos tropezar en nuestro camino. Verás –noto como su aliento se acerca a mi oído y su mano me aprieta con más fuerza la nuca. Mi sangre no deja derramarse y empiezo a llorar. -, contigo ya son 15 los nuestros que mueren, pero sin duda el tuyo era el que estaba más claro desde el primer momento, y si algo nos jode más que el hecho de que nos impidan llegar a nuestra meta es que uno de los nuestros sea el culpable de ello.

Un segundo dolor y después un tercero nacen en mi estómago, y finalmente caigo de bruces al suelo.

Mi visión empieza a estar borrosa y mi cuerpo se enfría, se apaga. Lo noto.

Y, antes de que todo deje de existir, antes de aceptar que voy a morir asesinado por una versión más joven de mí mismo, una luz amarilla y jodidamente cegadora aparece delante de mis ojos. Parece la silueta de una puerta, un gran rectángulo dibujado con rotulador fluorescente que, tras un sordo sonido como de llave girándose, se convierte en una puerta de luz.

-¿Está hecho?

-Sí. Uno menos; solo quedan 33.

Y la luz desaparece.

Y, con ella, mi dolor.


bottom of page