Microrelatos Varios (a veces con pocas palabras se puede decir mucho)
El portátil sonaba como un perro al que se le olvida dar de cenar. Nunca he sido muy fan del actual estado del mundo, ese en que la memoria de un ordenador importa más que la de las personas que los usan. Como si valiésemos menos que ellos.
Le di otro golpe, buscando que reaccionara, tratando de encontrarle el corazón, pero mis esfuerzos se fueron directamente a la basura.
Había perdido las fotos que me mandan los alumnos de clase, esas en las que salen desnudos; esas con las que aprueban los exámenes. Pero siempre es mejor prevenir que curar.
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Lo estás haciendo mal, me grita mi maestra desde detrás, a mi espalda. Así no es como se empieza un relato breve.
Vuelvo a tachar y me giro, le digo, por enésima vez, que no la entiendo. Muy fácil, me responde, primero debes hacer el planteamiento, en el que presentas al protagonista y lo que está haciendo. Y Lo hago.
Un chico estaba sentado en una cafetería, su preferida, entonces el camarero comenzaba a reprocharle sus modales a la hora de vestir, de sentarse, de hacer su propia vida. De ser el mismo en realidad.
¿Ahora qué? Vale, le dice a mi nuca, es el turno del nudo. Bien, le contesto aburrido mientras miro por la ventana, esto es algo fuera de lo corriente que le pasará al protagonista, ¿no?, que le dará motivo a la historia en sí, ¿verdad? Exacto, contesta, es la base de cualquier relato, darle al lector una situación fuera de lo corriente que le anime a seguir leyendo. Suspiro y empiezo.
El camarero, tan molesto como feo, comenzó a decirle el menú de una manera tan lenta que casi parecía que pensará que el chico era mentalmente inferior a lo que debería ser una persona que merece un mínimo de respeto.
¿Y ahora?, le pregunto. La profesora de escritura me pone una mano en el hombro y dice, solo falta el desenlace. Algo que nadie espere. Algo que sorprenda. Es la base de todo buen relato, es lo que hará que nadie lo olvide.
Me levanto de la silla y le doy un puñetazo en la cara.
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A veces saber más que el resto da una ventaja enorme a la hora de sobrevivir. Por ejemplo sé, por la forma que tiene de respirar y de correr, por su ropa y por sus zapatos, que esta niñata estúpida de familia bien va a girar a la derecha en lugar de a la izquierda en la siguiente esquina.
No me preguntéis porque lo sé, pero es así.
Cuando llevas tanto tiempo persiguiendo a la gente por la noche para morderles en el cuello y beber su sangre uno acaba convirtiéndose en un depredador de la ostia, capaz de analizar hasta el mínimo detalle. Capaz de leer sus mentes.
Pobres trozos de carne. Deliciosos trozos de carne.
Me paro cuando llegamos al principio de la calle y la observo correr creyendo que estoy detrás ella, que la continuo persiguiendo, y entonces de un salto llego a la azotea del edificio que tengo a mi derecha y corro hacia la calle donde sé que la encontraré debajo de mí.
Llego. Salto. Caigo sobre ella y, al tiempo que escucho como sus piernas se rompen debido al peso de mi cuerpo sobre su columna, le muerdo el cuello y comienzo a cenar. Estoy tan hambriento que la dejo casi seca, sin apenas una gota que su pobre corazón pueda bombear. Esta deliciosa. El B negativo es mi favorita, pero nunca le he hecho ascos al A positivo. También me gusta el sabor amargo.
Me limpio la boca con la manga cuando me levanto, vigilando que nadie me haya visto simplemente por inercia porque, si hubiese algún testigo, me lo estaría bebiendo de postre. Es lo que tiene que te convirtieran en lo que soy siendo de constitución robusta, o sea gordo, que siempre tengo hambre, y también que por mucho que corra o que haga ejercicio jamás seré como esos vampiros que, en los comics y las películas que ahora están de moda, hacen que las bragas de las mujeres se mojen a una velocidad que solo podría igualar una bala. En realidad me ayuda ser así, porque nadie me toma por una amenaza y la gente no tiene problemas a la hora de tenerme cerca o darme un cigarrillo o la hora.
Soy el tipo que confundes con tu cuñado por la calle. Soy el Resines de la noche.
Los vampiros feos, calvos, gordos y con nariz grande no suelen aparecer en toda esta mierda comercial que cubre las estanterías de las librerías y los videoclubs. Supongo que porque gana más el físico que el interior, la portada que el contenido. El nombre del autor que el auténtico talento. En ocasiones es mejor estar fuera de los cánones de belleza para poder vivir en paz.
Miro a la niñata muerta y sonrío. Pobre imbécil, pienso al tiempo que le doy una patada en el costado, jamás se dio cuenta de que ser la portada de una revista no sirve más que para sufrir en todo momento por lo que piensan los demás de ti, por el qué dirán sobre esta prenda de vestir o ese culo que crece cada día más.
Preocuparse por el aspecto que tendremos cuando muramos es igual de inútil que una nariz en el codo o que un micro pene.
Créeme, sé de qué hablo.
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Hay una oscuridad tan densa y amable a mí alrededor que, sin más, dejo que me acompañe en mi camino.
Supongo que muchos piensan que aceptar las cosas como son es de cobardes, de gente que no se atreve a tratar de cambiar su entorno. Bueno, acepto su punto de vista. De veras. Pero creo que solamente yo puedo tomar mis decisiones; así que gracias, pero seguiré adelante. Gracias.
Los mejores caminos, los que más orgullo provocan, son esos que se hacen con pie firme y sin intentar tomar atajos ni subirse al primer taxi que pase a nuestro lado. Es como lanzar un dado y, como no te gusta lo que ha salido, cogerlo y cambiarlo de posición. En la vida no hay más lados que este que nos ha tocado, y aceptarlo y amarlo y seguir adelante, creo que es la mejor manera de sonreír y de vivir.
Así que, sin más, sigo adelante.
La oscuridad cada vez es más blanca y un sonido, parecido al que hacían las televisiones antiguas cuando no encontraban un canal que mostrar, llega a mis oídos con una energía que me hace acelerar y tener ganas de abrazar esa claridad que ansío poseer.
Cruzo el umbral, el sonido crece. Levanto las mano.
Los aplausos cada vez son más intensos y mis compañeros, que me dan palmaditas en el hombro y me dicen vamos allá, están a mi lado.
Suena el primer acorde, y empiezo a cantar desde mi silla de ruedas.
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A veces un mí, depende de lo concentrado que estés en la canción, puede sonar como un Re. Y sé que suena a mentira de las que solo puede decirte un padre que acaba de quedarse viudo y te habla de tu madre; pero es cierto.
Cada vez que estoy ante vosotros me rodea una sensación tan rara que es difícil de explicar, quizá tanto como el porqué de los enfados matutinos femeninos, pero creedme si os digo que sois aquello que hace que me alegre de despertar de cada sobredosis que he tenido.
Quizá de la última no, porque me encontré con la madre de mi “novia” todavía follándome, pero la idea es lo que cuenta.
Cada vez que aplaudís, cada vez que lloráis, cada vez que me invitáis a drogas en el backstage, una parte de mi alma vuela libre de lo mucho que significan vuestros halagos.
Pero algún día todo tiene que acabar. ¿No?
Cuando leáis esto, mis queridos fans, estaré muerto de un disparo en la cabeza, porque me estoy cansando de esperar a morir desangrado.
No es vuestra culpa, es mía.
Del mundo.
Del Rock and Roll
Firmado
Un ídolo que vale la pena.
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Las escaleras son tan largas, llegan tan abajo, que casi estoy convencido de que me será imposible llegar a la calle, a la luz; a la salvación. Siempre pensé que moriría encerrado en una celda, rodeado de desconocidos, pero morir en la puerta de mi casa tampoco está tan mal. Es algo poético.
Me miro el estómago y sigo sangrando. Miro a mi hijo y sigue sonriendo. Paz.