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El chico de mis sueños (extracto de mi novela -5 VOCALES-)

Este sí que es el chico. Este sí.

Es tan guapo, tan amable, tan divertido. Tiene los ojos tan bonitos y el pelo tan suave. Me ha subido tanto el último tequila que estoy segura de que es él. Sin duda. Vuelvo a besarle, tratando de comérmelo entero, de metérmelo en la boca y notarle más dentro de mí de lo que estará en cuando lleguemos a su cama.

Le voy a hacer perder 5 quilos esta noche. Como mínimo.

Tiene un ático en el centro, cerca del bar dónde me ha invitado a los dos rusos blancos y a los 3 tequilas. Es tan atento. Tan amable. El portal es tan lujoso que parece sacado de Los Sims 3, con adornos aquí y allá, tan ostentosos y pasados de vuelta que en realidad parecen comprados en algún bazar chino. Pero no me importa, la verdad, todos fingimos alguna vez, todos aparentamos y le damos más énfasis a las cosas para que los demás nos acepten. Para ser parte de ellos y así ser feliz y no un asqueroso y gordo friki.

Llama al ascensor y entonces la lujuria se apodera de nosotros y nuestras manos comienzan a buscar orificios y carne y pelo y pezones. Me desata el sujetador con una mano en el momento en que llego a sus huevos, los cuales masajeo y los uso de trampolín para llegar a su polla. Parece larga y gorda. Va depilado. Hemos llegado a ese punto en el que la ropa no hace más que molestar, así que abro los ojos y, sin dejar de besarle, sin dejar de degustar ese dulce sabor a Malboro Ligth, busco la luz del ascensor que tarda demasiado en llegar. Me está pareciendo una eternidad, lo cual es bueno porque quiere decir que en cuanto me penetre me correré de lo cachonda que voy.

Pestañeo dejándome llevar por su lengua y al volver a abrir los ojos una luz blanca se enciende al tiempo que suena un “ding”. Ha llegado. Abro la puerta y sin perder ni un segundo le desabrocho la bragueta y me agacho, no puedo aguantar más. Necesito tenerle en mi boca. Oigo sus jadeos de placer mezclados con el sonido de la puerta cerrándose y la sensación de estar subiendo. Cada vez queda menos. Cada vez estoy más cerca de tenerle entre mis piernas.

Noto que nos paramos y él me agarra de los sobacos y me aparta de su entrepierna, levantándome y diciéndome que va a subir alguien. ¿Quién?, le pregunto y él contesta preguntándome si le había dado yo al botón. ¿Yo?, le digo cuando la puerta se abre y una señora mayor, de unos 50 años, con su perro, nos mira desde el umbral del ascensor. Mi chico perfecto se abrocha el pantalón y yo trato de colocarme la coleta lo más en su sitio posible mientras trato de hacer desaparecer con mi mano la humedad de mi boca y la rojez de mis mejillas. Nos mira de arriba abajo, primero a mí y después a él, momento en que le saluda por su nombre y entra. Mi príncipe dice que hola y saluda al perro, Rico, que le ignora debido seguramente a las ganas de mear que debe tener. La vecina presiona el botón con una B escrita él y empezamos un descenso de 5 pisos que dura lo que debe durar una operación a corazón abierto sin anestesia.

No sé si morirme de vergüenza o actuar con naturalidad. No sé si sorprenderme por no haberme acordado del nombre de mi chico perfecto hasta el momento en que la señora lo ha dicho. No sé que estoy haciendo aquí.

Se vuelve a abrir la puerta y, cuando se cierra, mi amado pica el botón del ático y empieza una subida mucho menos caliente que la de hace unos minutos.

El polvo no ha sido para tanto. Al final no la tenía tan grande ni sabía usarla tan bien como parecía.


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